La ruta número 44 y de nuevo les toco un poco de lluvia, siendo ya la cuarta ruta, de las 5 últimas, que les acompaña el agua. En esta ocasión los 54 senderistas estuvieron en Lario, un pueblecito cerca de Riaño con el Río Esla rodeando su entorno.
Una nueva ruta que, ya desde las 8:30 de la mañana, hora de salida, se les veía con ganas de caminar, de pasar un buen día y sobre todo, disfrutar de la Madre Naturaleza y de nuestra provincia. Una vez llegaron a este pequeño pueblo de unos 85 habitantes y que está rodeado de montañas, unas montañas preciosas de Picos de Europa, llenas de bosques de hayas, encinas, robles, chopos, sauces, acebos, avellanos, encinas, tejos, pinos, y, un sinfín de prados verdes y extensos, tan característicos de nuestra montaña y de Asturias, no en vano está cerca el Principado y a veces es difícil saber cuándo se está en León y cuando en Asturias.
Después de tomar un café, foto de grupo y comienzo de la ruta, 9 kilómetros de forma circular pero primero la visita al "Pozo Grajero", lugar donde están enterrados algunos de los paseados de la Guerra Civil y que los
senderistas supieron apreciar y respetar, como no podía ser de otra forma. La verdad es que es, cuanto menos, emotivo, como emotiva la placa que en ella figura y que dice lo siguiente “Viajero que, en mi tumba por azar te has detenido, anota mi nombre y apellido. Anota mi ciudad, di a mis amigos que aquí estoy enterrado, pues me extraña que, si lo saben, ninguno haya venido.” (Pasaje de Gabriel Celaya)
De allí, y ya en modo "ruta", siguiente objetivo, con un día nublado, pero con paisajes preciosos, con morales que dejaban degustar sus sabrosas moras, con setas y boletus de un gran tamaño, la llamada ruta “Monte Ranedo" y, como la cosa se dio "más o menos" bien, llegando al pueblo, a buena hora para degustar los ricos manjares guardados en las mochilas.
De nuevo al pueblo y de allí, ya en el autobús rumbo a Riaño, a hacer otra visita obligada, había poco tiempo, pero había que aprovecharlo, la cueva de "La Vieja del monte", quien cuenta la leyenda, se encargaba de dar los reyes a los niños, reyes que consistían en frutos secos, pan y fruta.
Al final, los 9 kilómetros se convirtieron en 18 pero, que importaba, ya puestos y ante el espectáculo que se ponía ante los ojos de los senderistas de La Bañeza, con las montañas y el pantano de Riaño nadie quería volver, todos querían andar y andar, y eso que la lluvia, "pesada ella" no dejaba, aunque débilmente, de caer sobre nuestras cabezas.
Al final, lo de siempre, a prisas para coger el autobús para que la cosa no se alargara y se pudiera estar a buena hora en La Bañeza, las ocho, y tras un exquisito café y churros en el lugar habitual, se despidieron con ganas de que llegue noviembre, volver a salir de ruta y con buena compañía.














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