
En la madrugada del sábado para el domingo tenemos que volver a cambiar la hora, y a las 3:00 am serán las 2:00, vuelve el debate como año tras año ¿por qué tenemos que hacer el cambio de hora?, ¿cuál es el mejor horario?, el llamado horario de verano o el horario de invierno.
En España, el porcentaje de población favorable a terminar con el cambio horario no es tan amplio (60 %), una acción que, curiosamente, encuentra más partidarios de la tercera edad que entre los jóvenes. Y solo un 13,8 % opta por el horario de invierno, frente a un 65,4 % que prefiere el de verano, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Estas decisiones tienen consecuencias, pero, antes de examinarlas, repasemos los orígenes del cambio horario. ¿De dónde surge?
Benjamin Franklin, político americano, publicó el proverbio "acostarse temprano y levantarse temprano hace que un hombre sea saludable, rico y sabio", quien se limitó a defender, en 1784, los beneficios que, en su opinión, tenía levantarse temprano: ante todo, ahorrar velas y aprovechar mejor la luz solar. Pero no fue hasta 1895 cuando el entomólogo neozelandés George Hudson volvía a proponer este cambio de horario, algo que se hizo efectivo por primera vez en Canadá en 1908. Aunque cuando realmente se implementó a gran escala fue tras la Primera Guerra Mundial, momento en que muchos países europeos, empezando por Austria-Hungría y Alemania, lo hicieron con el objeto de ahorrar carbón y aceite mediante el aumento de actividad durante las horas de luz solar.
¿Por qué se realiza este cambio de horario?
En cuanto el objetivo real de este cambio de hora es intentar disminuir el gasto de energía o luz, aunque en la actualidad la realidad es otra, hoy en día la mayor parte del gasto energético de las familias proviene de la calefacción y la refrigeración. En concreto, durante verano utilizamos más el aire acondicionado por las tardes que por las mañanas, por lo que el horario de verano comporta un mayor uso de energía de refrigeración. Es fácil deducir que el gasto debido a un mayor uso del aire acondicionado es superior al ahorro lumínico de aprovechar la luz solar, por lo que, a grandes rasgos, el efecto final es un mayor gasto energético.
¿Cuál es el mejor horario?
Parece que hay motivos razonables para eliminar el cambio horario, optar por el de verano o el de invierno parece depender más de factores culturales y geográficos que de cualquier otra variable. Así, es natural que un gallego (que vive en la región española en la que más tarde anochece) tenga una perspectiva diferente de la de un levantino (donde antes amanece), y atenerse a uno u otro horario puede marcar una importante diferencia. Además, estamos condicionados por nuestros horarios de trabajo, la hora de cierre de los comercios y bares, etc. Y, por último, por nuestros hábitos personales y biorritmos. De momento, toca preparar los relojes de nuevo y aprovechar las horas diurnas lo mejor que sepamos y podamos.
En un informe realizado por Europa se constata que fijar la hora de verano incide de forma distinta en función de la situación geográfica de los países y del tiempo de luz solar diario que tengan, es decir, no afecta de igual manera en el sur de España que en el norte de Suecia, por ejemplo. Además, se exponen argumentos positivos como que, gracias al adelanto horario, las personas podrían estar más tiempo al sol y por lo tanto, aprovecharse de sus efectos beneficiosos, como la asimilación de vitamina D, las actividades de ocio al aire libre o practicar deporte en la calle.
De esta forma, y según el estudio, se reduciría el estrés y se podría combatir la vida sedentaria y la obesidad. Por estas mismas razones, se dedujo que el sector de ocio y turismo salía ganando con la adopción del horario de verano. Por otro lado, también se arguyó el beneficio psicológico en términos de seguridad que supone volver a casa cuando todavía es de día, sobre todo en las personas mayores o en los niños. Se estudió el posible efecto perjudicial de formación de ozono, que podía aumentar al exponerse los contaminantes de los coches una hora más a la luz solar. Sin embargo, se vio que las diferencias de concentración de ozono eran insignificantes y tampoco incidía de forma negativa en la agricultura.














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