
Ellos están embutidos en sus tabardos de domingo. Visten chaquetas de pana negra, en contraste con los cuellos de camisas blancas almidonadas, arremolinando en torno al cuello los tapabocas que cubren, parcialmente, sus rostros angulosos y áridos. Ellas visten sayas y manteos finos, tocadas con mantillas de paño negro y pardo; con jubones a juego, de hechura ajustada al cuerpo y de grácil vuelo al llegar a las caderas. Cuerpos bien armados, con ese toque de sutil elegancia que adecúa el porte nacido de la abnegación y el trabajo.
Se arremolinan en grupos, convenientemente separados, bajo la armadura del atrio de la iglesia. Una ligera bruma se cierne en torno al campanario desde donde salen los últimos tañidos de campana que anuncia la hora de la misa el día de Navidad. La obstinada helada que desborda a la mañana, se reafirma en los carámbanos que cuelgan del alero del tejado, palpitando una brisilla gélida que penetra hasta los tuétanos.
El acceso al coro es puro ritual y disciplina. Caporales, primeras y segunda voces, aprendices…, enfilan la escalera de madera que, quejumbrosa, chirría al paso de aquellos hombres y mujeres esclavos del arado y de fatigas interminables, pero artesanos de una liturgia que por lo sencilla es excelsa. El cantoral ya está preparado sobre el facistol; y en torno a él van ocupando sus sitios Juan Vidal, caporal mayor; el tío José; Antonio el Herrero; Victoria; Tina la del tío Gabino.....
Le toca al señor Manuel Guerrilla hacer el introito. Su voz insondable y cantarina ya prepara la entrada del resto. El uno hace un último mohín con la boca e inspira profundamente; hay quien prepara la voz con un carraspeo quedo….; hasta el señor Cachín se aprieta el canino que le baila dentro de la boca para evitar modular sonidos incontrolados, rebeldes. Y allá van… El resultado es una armonía soberbia que se descuelga desde la barandilla del coro, envuelve toda la nave y llega hasta las gradas del presbiterio, reverencial.
Así empezaba la liturgia del día de Navidad, tal día como hoy –dicen mis padres con un gesto de resignación. Gente de condición extraordinaria que en estas fechas se remangaban para el oficio que tocase y el frío no les hacía ni mella -añaden.
Pero ahora ya no hay coro, ni libro cantoral, ni facistol…. Y aquellos hombres y mujeres que conseguían bajar de la cruz al mismísimo Cristo, ya están para allá -se lamentan.
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