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OTRA VEZ LA GENTE DEL COMÚN, por Roberto Carro

Roberto Carro Sábado, 20 de Marzo de 2021 Tiempo de lectura:

Si somos más frágiles es porque nos hemos acomodado. Y lo dicen después de ver el avance informativo sobre la última nevada.

 

-No hay nada en la televisión –dice mi madre mientras aprieta con energía y cierta rabia el mando a distancia.

 

Ellos pueden comparar porque tienen perspectiva. Y lo hacen libres de artificio y sin tanta componenda. No hay inhibiciones absurdas porque los valores eran otros, o al menos no tan proscritos. Así que no hay remilgos en la exposición, que sale cruda, descarnada y valiente; al calor que nos reúne, de nuevo, en torno a la estufa de leña.

 

Dicen que el año de LA NEVADA GRANDE, Fernando, el alcalde mayor, mandó a los mozos ir a quitar nieve a la vía. Una hacendera de tantas. ¡Más de un metro acumuló la trinchera por donde pasaba el tren...! Y sí, una hacendera de tantas. Porque en aquella época no se podía esperar nada del Estado. Esto de la sociedad del bienestar es una cosa de ahora, un engañabobos –condenan mientras rubrican con un gesto seco de la mano.

 

Era la cultura basada en la suma de esfuerzos lo que mantenía el común y con él la economía familiar, desprendida y leal como la madre que la parió. Y ahora, qué…. ¿Esperamos a que venga la máquina de la Diputación o a que el Estado provea? Estás tú apañao.. Pues de aquella, si queríamos mantener una mínima comunicación…, si queríamos cargar la remolacha en los vagones para llevarla a la azucarera, había que apretarse los machos, ir bien abrigados a la trinchera de la vía y palear nieve como si no hubiese un mañana. Porque de eso también comíamos. Y la cosa tenía su punto épico. Vicente, el de la tía Carola, ferroviario y de notable influencia en la RENFE, había traído una máquina con cuña desde el depósito de Salamanca.

 

Mientras él retrocedía con el artefacto para dar un nuevo emburrión, nosotros despejábamos con afán diligente la nieve de lo alto de la trinchera. Parece que lo estoy viendo: ahí, en la cabina abierta de la locomotora, con la cara tiznada, los dientes apretados y el gesto fiero, dando paso al ténder para meter más agua en la caldera…; abriendo la puerta del hogar y metiendo briquetas de carbón a esgalla… Después de subir la presión, nos silbaba con un exhalo de vapor, abría el regulador y metía dos puntos a la palanca del avance, y luego otro…. ¡Ahí viene con todo metido! –decíamos nosotros. El traqueteo de las bielas motrices haciendo su recorrido circular a un ritmo vertiginoso..; las válvulas de alivio de vapor bufando como bestias enrabietadas... La máquina cogía velocidad..; el penacho de humo se encabritaba a borbotones hacia el cielo.. Treinta toneladas avanzando como un oleaje de hierro –envuelto en un halo de polvo de nieve y vapor-, se apresuraba a empotrarse de nuevo contra la pared hecha del frío elemento. Y así una y otra vez. Palear nieve, coger impulso y vuelta a empezar.

 

Ese afán resuelto, terco como una mula, diezma la intensidad de cualquier temporal. No lo hace un guiñapo, pero casi.

 

-Quizá haya vuelto la gente del común –concluyen con un atisbo de esperanza.

 

Últimos coletazos del invierno del 57

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