
La cantidad de información que no está en las redes sociales es abundantísima y, casi siempre, rica en detalles, fidedigna y estímulo para una sonrisa amable. Esa que te cuenta lo que somos porque seguramente alguien vivió en primera persona lo que fuimos. Tiene el copyright de nuestros sabios mayores, una especie de baúl de la memoria que no te pide wifi, ni conexión a red, ni tarjeta de datos ni na de na. Tienen tarifa plana las 24 horas y si no aprovechamos su oferta silenciosa se irán con ella. Porque no tienen más pretensión que vivir su presente añorando, por momentos, otro tiempo pasado. Ésta me la contó mi padre, y este fin de semana pasado otro vecino del pueblo.
Con pequeñas licencias y cierta vis cómica, así ocurrió la cosa:
Los del parque del Ministerio de la Gobernación lo tenían claro, tanto viaje por los pueblos de España, tanto asfalto en mal estado y caminos de cabras, polvorientos e intrincados, obligaba a mantener los vehículos que formaban la caravana del Caudillo en buen estado. De hecho no había viaje oficial sin la compañía de un mecánico por temor a quedarse tirados por el camino. Así que, previo a aquel viaje a Ferrol, se revisaron uno a uno todos los Fiat de la escolta y, por supuesto, el vehículo del Generalísimo: un Chrysler Imperial que le fabricó a medida el empresario Eduardo Barreiros en 1964. La revisión tuvo que ser minuciosa, pues viendo el libro de reparaciones del parque móvil uno se queda de piedra: desmonte motor, limpieza del mismo, rellenar bielas, un juego de segmentos, tres bulones de pistón, juntas de culata, escape, cárter y demás juntas con montaje de tres litros de aceite, cuatro válvulas y cuatro guías de las mismas. Desmontar ballestas traseras, encasquillar, poner bulones, una hoja y darles flecha. Desmontar motor de arranque, encasquillar el mismo, ponerle escobillas y reponer interruptor.
Todo en perfecto orden de revista y listo para iniciar el viaje. Del Pardo, sin gepeese ni nada, todo tieso en dirección a La Coruña. Pero mira tú por dónde que al llegar a nuestro pueblo, un poquito antes del puente de las alcantarillas, va y se pincha el Chrysler Imperial del Jefe. Y comienza el espectáculo. Despliegue en plan GEO que te rilas; los escoltas corriendo para establecer los preceptivos círculos de seguridad en torno al VIP (very important person –que dirían los americanos-). Alguno incluso masculla que puede ser un atentado en plan valkabertxale y que hay que extremar las precauciones. Mientras tanto, nuestros vecinos se ciñen al margen de la carretera, expectantes ellos, con la boca abierta y dejando escurrir - por lo que pueda ocurrir- algún tímido: “VIVA FRANCO”. José Diez Ramos, Jefe de talleres del parque y para más señas natural de Quintana Raneros, se abre paso entre la comitiva; llega a la altura del Chrysler, se arrodilla frente a la rueda pinchada y la observa con detenimiento. Pasa la mano por encima de la banda de rodadura y concluye esbozando una sonrisa tranquilizadora:
- No pasa nada, sólo es un clavo de herradura de una mula vieja. Sacamos la rueda de repuesto y lo solucionamos en cinco minutos
.
La experiencia del Jefe de talleres alivia la preocupación de la comitiva y también la de los vecinos. Todos sudaban la gota gorda, unos por el sol de justicia que golpeaba sus testas y otros por pensar en las consecuencias que podría haber tenido el infortunio. ¡Madre mía! –pensaban temerosos imaginando acabar en fila, maniatados junto al muro del cementerio mientras cuatro fusileros les apuntaban con gesto fatal. Lo que presumía ser un golpe de mano por parte de un grupo pseudorevolucionario agrario, se quedó en la anécdota de un simple pinchazo. El cambio de rueda duró un poco más de lo previsible; el calor era asfixiante y el blindado del general no tenía aire acondicionado. Desde el interior del vehículo alguien baja el vidrio de dos centímetros de grosor para que entre una leve corriente de aire.
- Don José, si no acaba pronto vamos a terminar todos con un golpe de calor y al General ya le está empezando a pasar factura. – Comenta uno de los asistentes sacando la cabeza desde el interior del vehículo.
Para sorpresa del equipo de seguridad y de todos nuestros paisanos, se abre la portezuela trasera del Chrysler; el viajero saca el pie derecho calzado con una bota de caña, reluciente y negra como el azabache. Se incorpora tambaleante, se seca el sudor que le corre por la frente mientras trata de mantener la figura erguida. Se coloca la gorra de plato y se acicala la guerrera. Inicia con la cabeza un gesto en redondo de lenta observación. Da un paso corto adelante y se trastabilla. El asistente le sujeta por el brazo. Franco recompone el semblante con dignidad y asiente con leves golpes de cabeza dirigiendo la mirada a la muchedumbre que allí se congrega. Después de treinta segundos de calma tensa y con el único sonido de fondo de las chicharras, exclama con una voz a medio camino entre lo doctrinal y lo canoro:
- En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.
- Mi general, eso no toca ahora –Le susurra el asistente con claro gesto de estupefacción.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.126