
Es noche cerrada. Las noticias de la radio y el calor del interior del coche dan al habitáculo la calidez necesaria para cerrar la jornada; de camino a casa y al fin de semana.
No recuerdo muy bien en qué contexto, el caso es que el locutor de radio concluye la noticia con una frase contundente: “su mejor virtud es la de ser un hombre normal”. Y en ese preciso momento en el que aún resuena la palabra “normal” en mi oído, veo al fondo de la carretera, por el carril izquierdo, rescatado de la oscuridad de la noche por unas cuantas franjas reflectantes, un caminante que, cadencioso, apresura su vuelta a casa.
No hay duda –me digo; es Carlos, El Portu. Ha terminado la faena con el ganado y desanda el camino que diariamente recorre para llegar a la majada. Y si el amo no llega antes a recogerlo, como está acostumbrado a andar, se echa al asfalto y allá va. Poco importa que el testigo de temperatura marque dos grados bajo cero en el exterior del coche, y que aún le resten cuatro kilómetros para llegar a casa.
El Portu forma parte de ese colectivo, últimos herederos, de lo que era la trashumancia y la todopoderosa Mesta. Me gusta oírle cuando, bien entrado el otoño, baja de Torrestío para buscar refugio en los campamentos de invierno en el Páramo Bajo. Entonces le pido que me cuente historias de lobos, de mastines y carrancas; de morrales, calderetas y música de cencerros….. De cómo es el recorrido que le lleva a los pastos de montaña, a través de las veredas, o por anchos caminos -resquicios de cañadas- hoy bañadas de asfalto; o avanzando por la espesura de los matorrales y el calor… De cómo se percibe esa soledad de la buena.
Pero hoy, cuando le rescaté del asfalto, le pregunté a ver cómo no esperaba un poco más a que llegase el amo y así evitar la temeridad de salir a una carretera estrecha y solitaria. Y él, con esa parla en la que intercala salpicaduras de castellano, pero también recias virutas de un portugués que se le ha hecho fuerte, me espeta indignado:
-¡El otro día…, un coche me hubo llevar por delante! Yo iba por la izquierda, como siempre; con el chaleco y todo ¡Me golpeó con el espejo al pasar a mi altura y ni si quiera paró!
Entonces le digo - ¿Portu, y qué hubiese pasado si los perros van contigo, y el coche te deja en la cuneta malherido, con un brazo o una pierna quebrada?
-Que se hubiesen quedado conmigo toda la noche; a mi lado -me contestó.
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.132