
Es tan evidente todo lo que Mati aporta a los que la rodean, que no hace falta depender de una buena intuición para darse cuenta de lo valiosa que es. De camino a verla, pienso en todas las veces que he tenido el placer de conversar con ella y no puedo evitar sonreír al rememorarlas. La última ocasión, ya hace años, me mostraba con orgullo uno de los —me consta que innumerables— álbumes de fotos de su nieto Manuel, relatándome todas sus aventuras.
Entro en su Videoclub, todavía inmersa en ese encuentro pasado, y me recibe su hija Susana —con la que comparte local— con su sonrisa permanente y un par de besos. Nuestra protagonista aparece después, e inmediatamente comienza a contarme, como si hubiera mucho que decir y ningún tiempo que perder. Está ilusionada. Recientemente, ha formado parte del jurado de la XXVII edición del Festival de Cine de Astorga. Me habla de diferentes cortos, explicándome cómo los ha valorado, incluido el ganador.
—¿Y por qué un videoclub?— pregunto. Responde con sencillez: «Donde trabajaba, tenían uno, necesitaban una dependienta y fui yo». Un tiempo después, lo iban a cerrar…no obstante, un buen amigo supo darle a tiempo uno de esos empujones que cambian vidas, y Mati tomó la decisión de construir un negocio propio, el cual mantiene hasta el día de hoy. A lo largo de estos treinta y un años, enfrentó problemas —a veces sola, a veces acompañada—, recibió ofertas para trabajar en otros lugares, y confiesa que cometió algunos errores…sin embargo ha podido continuar con su proyecto porque ha conseguido hacer de su Videoclub un espacio amable para ella: «Tengo la suerte de trabajar en un sitio que me hace feliz. Cuando estoy aquí me olvido de los problemas». En cierto momento, recuerda a una persona, lamentablemente fallecida, que acudía a verla de vez en cuando para charlar. Esta mujer llegaba abatida, pero salía triunfante, exclamando tras cada encuentro: «¡es que salgo de aquí siendo otra persona!». Quizás poner un pie en este Videoclub no solo cambia la actitud de su dueña, sino la de todo el que entra. Sin dudas, hoy, al salir, yo también seré «otra persona».
Antes de irme, miro de nuevo alrededor. Estanterías llenas de películas de ficción, suspense, comedia, o drama, entre muros que se alzan alrededor de todo lo que Mati es: no hay un rincón que sea inmune a su carisma. Antes de este local, hubo otros; sin embargo, hace dieciocho años adquirió el actual porque necesitaba algo más grande. «Nada más poner un pie dentro, noté una cosa aquí»— me dice señalándose el estómago —«y tuve claro que era para mí». Cuando uno se enamora, lo sabe: visitó el local por primera vez un viernes y firmó el contrato de arras un lunes…ella es de esas que hacen caso a las entrañas.
En un mundo que cambia a toda velocidad, donde las ciudades se reconfiguran constantemente, el cariño y la voluntad de esta bañezana de Requejo han detenido el tiempo, haciendo de su Videoclub un espacio intocable. Resulta fascinante observar lo que puede llegar a significar una persona para una localidad. Mati lleva más de media vida «en esto», poniendo sus películas como telón de fondo de numerosos y grandes acontecimientos en la historia de mucha gente, de todas las generaciones. Pregunté por el futuro, y la jubilación no entra en sus planes inmediatos. ¡Qué fortuna para La Bañeza! Nos queda Videoclub para rato.
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