
«El corte de Pedro» se traspasa y espera a alguien dispuesto a dar un corte decisivo —y con él, un nuevo impulso— a su vida.
Definir a una persona que no se conoce puede parecer complicado, pero la naturalidad que constituye el carácter de Pedro lo presenta tan accesible que, al verlo un instante, ya creo saber tal y como es. A primera vista, diría que tiene una fuerte determinación. No me equivoco: empezó a trabajar en el sector cárnico con 14 años, y su historia es una de esas en las que un pequeño ser se engrandece en la lucha con un entorno desfavorable. Me cuenta que carga en su espalda una empresa que no llegó a consolidarse, el cierre de varios supermercados en los que trabajaba, el rechazo de condiciones laborales con las que, de seguir ahí, hubiera sacrificado su identidad... y pronto pierdo la cuenta del número de veces que ha vuelto a empezar. Pedro sabe que, para poder vivir, es necesaria la valentía de enfrentar los desafíos, soportar la incertidumbre, transitar el arrepentimiento y, sobre todo, no permitir que los fracasos definan el camino: lo verdaderamente relevante es cómo uno los afronta. No hay fórmulas mágicas, aunque en su caso existe algo que le ha permitido superar cualquier adversidad: su familia.
Conciliar la vida familiar con la gestión de una empresa a veces resulta muy complicado, por lo que tener un negocio propio fue un proyecto que se mantuvo agazapado durante muchos años, a la espera de un momento propicio, y, tan pronto como Pedro consideraba la idea, esta se desvanecía en el vaivén de la rutina. Hasta que un día, Celi, su mujer, supo sostener ese deseo hasta materializarlo. Ahí, en 2012, en medio de la crisis, llegó «El corte de Pedro». Empezó solo, pero su compañera de vida se convertiría también en su compañera de trabajo dos años después: «sin ella, hubiera sido imposible seguir», reconoce Pedro. No obstante, la historia demuestra que sin Celi, también hubiera sido imposible «empezar». Trabajar codo con codo con la persona de la que estás enamorado es un privilegio y también un desafío enorme por la cantidad de responsabilidades que se suman. Doce años después, esta pareja nos demuestra que la estructura que sostiene un emprendimiento es lo que realmente determina su evolución. No creo que las empresas sean seres inertes, sino que albergan en ellas el aliento vital de quienes las administran.
Todos estos años, Pedro se ha mantenido en primera línea mientras ha visto cómo los productos envasados y ultracongelados han desplazado a muchas carnicerías tradicionales, pero sabía que en algún momento se acabaría esta «aventura» —así la define— que ha estado transitando. Ha empezado muchas veces, y no le da miedo volver a hacerlo. No obstante, esta vez no será simplemente «una más», porque en unas semanas ese niño de 14 años cumplirá 64, y hará uno de los cortes más significativos de toda su carrera: se retira. El 30 de noviembre, Pedro dará el último corte en su carnicería.
Al indagar sobre lo que se lleva consigo de esta etapa, Pedro no duda ni un segundo: «la gente». Lo dice sin titubear. Pedro sabe tan bien como sus clientes que se despide de un trabajo, pero hay vínculos que van más allá de una fecha de jubilación. En cualquier caso, ese punto aún no ha llegado. Todavía estamos en octubre, un día de diario, y ya son las 9h30, así que me despido de Pedro y Celi, que abren la puerta y aguardan, un día más, el desfile habitual de clientes.
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