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El legado de la Churrería Blanco: tradición y sabor que endulzan los amaneceres en La Bañeza

S. Sábado, 25 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:

Aún está amaneciendo. Bajo un manto de escarcha, a varios grados bajo cero, La Bañeza parece dormitar en completo silencio. No obstante, hay una luz que ya está encendida en la Calle Vía de la Plata: la de la Churrería Blanco. Me dirijo a ella como si fuese un faro, y la cola de personas que ya espera su turno me hace detenerme frente al cristal, a través del cual veo a su dueña preparar la masa, con el aceite ya en ebullición. En ese momento me olvido del frío, porque el olor que impregna toda la calle empieza a movilizar mi memoria: vuelven las imágenes, las conversaciones, las personas…, e invocando todos esos instantes siento esa felicidad primitiva que solo puede desencadenarse con los recuerdos de una infancia. Aquí me trajeron de la mano cuando era una niña, y ahora, adulta, soy yo quien elige compartir esta experiencia con muchos de mis seres queridos. A los forasteros, se la presento siempre con orgullo, como quien muestra un lugar emblemático, pues sin dudas, para mí, lo es. 

 

Desconozco cuál fue el momento en el que se creó esta churrería, ya que en mi mundo es uno de esos sitios que siempre existieron y que, por suerte, la erosión del tiempo no ha conseguido cambiar demasiado. Desde pequeña pude aprender del ejemplo de un matrimonio que, repartiéndose las tareas, conseguía abrir camino rápidamente a todos los clientes hasta el mostrador, incluso cuando el local estaba abarrotado de gente. Hoy, sigo aprendiendo de su hija que, siendo solo una, ha asumido el papel de los dos, y que, poniendo todo el cuidado en hacer bien su trabajo, nunca deja de estar atenta a quienes cruzamos la puerta para encargarse lo antes posible de preparar nuestro pedido. 

 

Cristina ayudó a sus padres desde que era una niña y, cuando falleció su madre, decidió dar un paso al frente, haciéndose la heredera de esta churrería y convirtiendo la misma en un legado para todos los Bañezanos. No sé qué pensará de sí misma esta trabajadora incansable; yo, aunque nunca conversé con ella, puedo hacerme mi pequeña idea al respecto: acostumbrada a trabajar sin hacerse notar, a darlo todo sin buscar más reconocimiento que el de una sonrisa, y a transitar por esta vida sin molestar a nadie…una personalidad sin aspavientos que le otorga la habilidad de ganarse la admiración de quien acude a su establecimiento. Esta mujer no necesita decir nada, pues es su producto quien habla por ella, y por la misma razón, tampoco ha precisado transformar su negocio en un buffet de opciones ilimitadas: esta churrería no requiere de ningún tipo de artificio; lo que hay, ya es un formidable pretexto para detenerse, desviarse e incluso realizar un viaje expresamente. 

 

Las pasadas Navidades llevé a mi abuela a una famosísima Chocolatería de Madrid, y, ni la popularidad del lugar, ni su amplitud, ni siquiera sus paredes empapeladas de arriba a abajo con fotografías de celebridades lograron impresionarla, porque no le hizo falta probar más de un bocado de sus churros para advertirme de que ella prefería los de Blanco. ¿Por qué no me sorprende? Hay placeres que son insustituibles.

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